La huella de carbono digital refleja el impacto ambiental que generan nuestras actividades tecnológicas cotidianas, desde enviar un correo electrónico hasta participar en una videollamada o almacenar archivos en la nube. Aunque lo digital parece inmaterial, cada acción requiere de dispositivos, redes y centros de datos que consumen energía y producen emisiones. Se estima que este sector ya representa entre un 2 % y un 4 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, con proyecciones de duplicarse en los próximos años si no se implementan medidas de mitigación.
Además de las emisiones asociadas al consumo energético, la huella digital incluye la generación de residuos electrónicos derivados de la fabricación, el uso y el descarte de dispositivos. El ciclo completo de un equipo tecnológico implica extracción de recursos naturales, procesos industriales intensivos en energía y, al final de su vida útil, un desafío creciente para el reciclaje y la gestión de desechos.
Para reducir este impacto, se proponen diversas estrategias: mejorar la eficiencia energética de los dispositivos y centros de datos, transitar hacia el uso de energías renovables en la infraestructura digital, fomentar el reciclaje y la reutilización de equipos, y adoptar prácticas digitales más responsables en el día a día. Optimizar el tiempo de uso de dispositivos, elegir proveedores tecnológicos sostenibles y reducir el almacenamiento innecesario en la nube son ejemplos concretos.
Organizaciones como ECODES, a través de su iniciativa CeroCO2, ofrecen herramientas de cálculo, planes de reducción y esquemas de compensación de emisiones que no pueden eliminarse. Del mismo modo, desde distintos ámbitos se promueve la educación ambiental para que tanto empresas como usuarios individuales tomen conciencia y se conviertan en agentes activos en la disminución de la huella digital.